Caridad Mesa, habitante de un barrio clase media de la ciudad de Medellín es muy distinguida por la comunidad gracias a su formalidad y hospitalidad tanto con los habitantes del sector como con los forasteros; Caridad es soltera, no tiene hijos porque aparte que vivió 38 de sus 40 años con su madre, es virgen. Esta carga emocional de no haber tenido un marido o más bien un hombre que la hiciera sentir mujer, de sus amores no correspondidos, de un modo u otro crean en ella un alter ego sexual, asesino y para nada sumiso.
Caridad, por su misma formalidad y hospitalidad, recibe frecuentemente visitas de sus amigas que van a conversar acerca de temas importantes a esa edad, raras veces y más que todo los fines de semana, se reúnen estas mismas señoras pero con sus maridos igualmente en la casa de Caridad. Entre chisme y tinto, Caridad deja volar su imaginación y permite que su mente se apodere del cuerpo de los maridos de sus amigas, de formas que harían sonrojar a la mas desenfrenada de las prostitutas, cuando vuelve a ser consciente del lugar en el que está, se da cuenta que todo lo que pasó en el instante fue producto de un impulso de su libido que está a punto de estallar.
Estos eventos donde el alter ego se apodera de Caridad, se vuelven repetitivos, y ella en su desesperación al no poder controlar esos impulsos, se zambulle de lleno en rezos y penitencias que sobrepasan la noción de lo absurdo: latigazos, largas jornadas de ayuno y de oración. Aislada de la sociedad cae en una depresión, que le quita poco a poco las ganas de servir a su comunidad y dedicarse de lleno a los deseos solitarios de la carne y así, sumirse de nuevo en el arrepentimiento eclesiástico más extremo.
Pasan los años y en el pueblo nadie escucha noticias de la buena Caridad Mesa, algunas chismosas, (las mismas que solían ser sus invitadas a chismes y tinto), dicen que fue encontrada muerta, tiesa y descompuesta con un crucifijo entre sus piernas.